Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión.
Mientras de sus ojos brotaban lágrimas en las que reflejaba sus
recientes días, en esta soledad que aún permanecía y que pareciese
esfumarse por la miradas que intercambiaban, escuchaba en su mente aquel
concierto de piano en honor a Erik Satie al que ambos asistieron. Su
indigno amor crecía cada segundo. El contacto de sus manos los
desprendía del avión. Conociéndose de esa forma, ellos estaban seguros
de lo que sentían y con un beso entrelazaron sus vidas como si fuesen
predestinados por el tiempo a amarse. Al aterrizar, él espero estático y
tembloroso, con su vida en la mirada, que volteara y corriera hacia el
con una sonrisa. Pero ella, como si fuese una conducta natural de su
amor y algo que hiciese como hábito, volteó y sonrió por sonreír.
Tomando el brazo de su pareja que paciente esperaba su regreso en la
entrada del aeropuerto.
Emman.
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