LOS CONTEMPORÁNEOS Y EL TEATRO
Si
tiene alguno, el remedio del teatro en México
está en crearle un ambiente nuevo,
hacerle respirar un aire puro,
desatarlo de una falsa tradición,
hacerlo recorrer un camino de orden clásico,
renovar su material humano,
sus útiles materiales y crearle amistades jóvenes,
vivientes que formen su nuevo público.[1]
está en crearle un ambiente nuevo,
hacerle respirar un aire puro,
desatarlo de una falsa tradición,
hacerlo recorrer un camino de orden clásico,
renovar su material humano,
sus útiles materiales y crearle amistades jóvenes,
vivientes que formen su nuevo público.[1]
Xavier
Villaurrutia
El siglo XX en México fue un tiempo de cambios. En la cultura
hubo una constante transformación en torno a las artes. Se experimentó principalmente
en la pintura, artes plásticas y la literatura, abordando estéticas norteamericanas
y europeas, buscando una renovación social, política y cultural. Provenientes
de una revolución, este movimiento experimental buscó universalizar su propio
contexto social, creando así a los Contemporáneos en 1928, grupo conformado por
jóvenes intelectuales mexicanos que se dedicaron a difundir muchas de las
innovaciones del arte y la cultura en la sociedad mexicana. La mayoría de sus
integrantes eran de clase media alta, autodidactas, con cargos políticos, viajeros
y políglotas. Fueron quienes direccionaron el curso intelectual y cultural del
país, siendo un grupo de artistas incomprendidos y con visiones occidentales
novedosas. De entre sus principales exponentes se encuentran Carlos Pellicer,
Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José
Gorostiza, Elías Nandino, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen y
Jorge Cuesta. Este grupo intelectual se consolidó gracias a la apertura
cultural e intelectual de la posrevolución.
Los Contemporáneos nacieron en oposición al Estridentismo,
vanguardia mexicana creada en 1922. Tanto Estridentistas como Contemporáneos
tenían una actitud distinta frente a su labor artística, lo que se traduciría
en un enfrentamiento que rebasaría los límites de lo meramente literario y
aunque ambos grupos buscaban innovación intelectual, en palabras de Luis Mario
Schneider:
Los
Contemporáneos se aclimatan en la cultura de la continuidad; lejos de decapitar
la historia, logran dar un machetazo a la tradición. Más aún: enjuiciarla,
estudiarla y reconocerse en ella implicaba para el grupo una autoafirmación y a
la vez era un índice que los reconocía en sus aspectos y sus logros. Eran
absolutamente historicistas, lo cual es comparable en la mayoría de sus
ensayos, en sus repasos sobre la literatura mexicana, en esa reiterada
metodología de resumir el proceso creador nacional desde la Colonia, pasando por
el siglo XIX, hasta inscribirlo en los primeros años de este siglo para
finalmente señalar su propia casa, el sitio que les correspondía.[2]
Para estos años el teatro tradicional en México estaba
influenciado por obras españolas y mexicanistas, cuyas representaciones
simbolizaban el carácter nacional y las nuevas visiones políticas y sociales
provenientes de la Revolución. Los Contemporáneos como vanguardia buscaban
acrecentar sus realidades, el también llamado “grupo sin grupo”, fueron
personas alejadas de las visiones sociales ya establecidas en el país, dotando a
las manifestaciones artísticas con una visión europea, alejando lo nacionalista
y creando una literatura diferente a la ya consolidada en México. Dedicados a
diferentes oficios y con diferentes personalidades, destacaban sus
individualidades que plasmaron en sus obras, buscando el significado de la
trascendencia; traducen obras de autores como Jean Cocteau, Jules Supervielle,
Samuel Beckett, Eugene O'Neill, John Millington Synge, entre tantos más para
consolidar una nueva forma de hacer teatro, creando así el Teatro Ulises.
El “grupo sin grupo” logró formar un estilo único y diferente
en las vanguardias mexicanas.[3] En
el Teatro Ulises se buscó un cambió en la dramaturgia del país, buscando más un
contenido sensible y estético que una actuación inspiradora, influenciados por
el teatro francés (Théâtre de l'Atelier), con escenografías al estilo de
Picasso, musicalización de compositores como Darius Milhaud y diseños de
vestuario de Coco Chanel, el Teatro Ulises se conformó en El Cacharro, ubicado
en Mesones 42, en la Ciudad de México, de enero a marzo, y de mayo a julio, en
el teatro Virginia Fábregas. Los Contemporáneos buscaban experimentar y
revolucionar el teatro en México, principal medio de difusión en el país;
realizaron experimentos tanto en la escenografía con Julio Jiménez Rueda como
en la dirección con Celestino Gorostiza. En la
escenografía estaban Manuel Rodríguez Lozano y Julio Castellanos, así como
Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Gilberto Owen, Andrés Henestrosa,
Clementina Otero, Lupe Medina, Ricardo Ortega, Isabella Corona y Antonieta
Rivas Mercado como actores.
El papel de Antonieta Rivas Mercado en este proyecto fue
trascendental, convirtiéndose en la principal base impulsora en el grupo,
siendo una mujer con gran conciencia intelectual se mantuvo constante en las
actividades culturales. Por una parte, se desempeñó como promotora en las
artes, rivalizando con semejantes como Alma Reed (estadounidense), Victoria
Ocampo (argentina) y Eva Sikelianos (griega) por la difusión de pintores
mexicanos como Manuel Rodríguez Lozano, Julio Castellanos y Roberto Montenegro.
Promovió exposiciones de artes plásticas y pintores jóvenes y junto a Xavier
Villaurrutia, Salvador Novo, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Agustín Lazo y Malú
Cabrera, en una tarde mientras se reunían a tomar café conformaron el teatro y
la revista Ulises.
Cabe señalar que su puesta en escena no fue bien valorada y la
audiencia era poca, pues buscaban alejarse de las obras tradicionales en
México, permitiendo una vertiente vanguardista del teatro en el país. Se
presentaron seis obras en cuatro programas, la primera de ellas fue Simili de Claude Roger-Marx, obra en un
acto y traducida por Gilberto Owen. La
puerta resplandeciente de Eduard Jhon Noreton, con la traducción de Enrique
Jiménez Domínguez y ambas piezas dirigidas por Julio Jiménez Rueda.
Posteriormente le siguieron Ligados,
de Eugene O’Neill y cuyo traductor, escenógrafo y director se desconocen. Orfeo, de Jean Cocteau, traducida por
Corpus Barga y causando polémica por su contenido provocador. Peregrino, de Charles Vildrac en
traducción de Gilberto Owen. El tiempo es sueño, de Henri Lenormand,
traducida por Rivas Mercado, Celestino Gorostiza y bajo la dirección de Xavier
Villaurrutia conformaron seis puestas en total, con dos funciones de cada una,
evidenciando su interés en autores que les apasionaban pues ellos mismos eran
los encargados de traducir dichas obras. Aunque la recepción no fue la que
esperaban, tras su fracaso en las puestas en el Teatro Fábregas, finalizaron
sus funciones en El Cacharro el 6 y 7 de junio de 1928, con la función de El tiempo es sueño, realizada en seis
actos.
Se piensa que el fin del Teatro Ulises se debió a la
situación económica de sus integrantes y al fracaso que tuvieron en el Teatro
Fábregas. Fabienne Bradu[4]
vincula otro factor al cese de las funciones y consiste en los celos que Manuel
Rodríguez Lozano tenía por la relación amistosa y cada vez más cercana de
Antonieta Rivas Mercado con Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Algunos de sus
integrantes ni siquiera se enteraron de dichos acontecimientos debido a sus
actividades en el ámbito intelectual, Gilberto Owen fue invitado por el gobierno
de Plutarco Elías Calles como diplomático en Estados Unidos, algunos otros se
enfocaron en sus obras y proyectos individuales; provocando que la crítica
especulara y comentara acerca del fin de las puestas en escena.
El Teatro Ulises fue un movimiento experimental que cimentó
las bases del teatro moderno en México y la vanguardia teatral e intelectual,
sus integrantes fueron los principales líderes de los cambios culturales y
artísticos del país en el siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA
Bradu, Fabienne. Antonieta
(1900-1931). México: FCE, 1991.
Bradu, Fabienne."Antonieta Rivas Mercado y el Teatro
Ulises." Revista de la Universidad de México. No, 486, julio 1991.
Schneider, Luis Mario. Fragua
y gesta del teatro experimental en México. Teatro Ulises. Escolares del viento.
Teatro de Orientación. México: UNAM-Eds. Del Equilibrista, 1995.
Schmidhuber de, l. M. (1989). El advenimiento del
teatro mexicano (1923--1938): Anos de "esperanza y curiosidad".
spanish text] (Order No. 9019868). Available from ProQuest Dissertations
& Theses Global. (303690502). Retrieved from
http://www.bidi.uam.mx:8331/login?url=https://bidi.uam.mx:8889/docview/303690502?accountid=37347
Sheridan, Guillermo. Los
Contemporáneos ayer. México: FCE, 1985.
Villanueva, Rebeca Barriga, et al. Los Contemporáneos
En El Laberinto De La Crítica. Edited by Rafael Olea Franco and Anthony
Stanton, 1st ed., vol. 2, Colegio De Mexico, 1994. JSTOR, www.jstor.org/stable/j.ctv6jmwr3.
Villaurrutia, Xavier. Textos
y pretextos. México: Ediciones Casa de España, 1940.
[1] Villaurrutia,
Xavier. Textos y pretextos. P. 187.
[2]
Schneider, Luis Mario. “Contemporáneos: la vanguardia desmentida”, en A. A. V.
V. Los Contemporáneos en el laberinto de la crítica. p. 17.
[3] Sheridan,
Guillermo. Los contemporáneos ayer.
p. 37
[4] Bradu,
Fabienne. Antonieta, 1900-1931. p.
245.