domingo, 8 de diciembre de 2013

Merienda

—¡Alguien! ¡ayúdenme! ¡por favor! ¡auxilio!

Gritaba con una desgarradora voz que despertó facciones de mi inmóvil rostro mientras arrastraba a su inerte novio. Deslizándolo hacia la habitación helada, comencé a recordar aquella niña de color canela, su piel llena de esperanzas se volvió fría en un instante.
Un hueco en el estomago y un aliento agrio me instaron a regresar en sí y acercarme a ella:

—¿Usted me va a violar, señor?

Me preguntó con una mirada que perforaba toda resignación, su vida se quería escapar por sus brillantes ojos, rojizos y húmedos. Lo que me provocó responderle con una sutil voz a la par de una sincera sonrisa:

—No, señorita. Yo sólo soy un caníbal.

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