—¡Alguien! ¡ayúdenme! ¡por favor! ¡auxilio!
Gritaba con una
desgarradora voz que despertó facciones de mi inmóvil rostro mientras
arrastraba a su inerte novio. Deslizándolo hacia la habitación helada,
comencé a recordar aquella niña de color canela, su piel llena de
esperanzas se volvió fría en un instante.
Un hueco en el estomago y un aliento agrio me instaron a regresar en sí y acercarme a ella:
—¿Usted me va a violar, señor?
Me preguntó con una mirada que perforaba toda resignación, su vida se
quería escapar por sus brillantes ojos, rojizos y húmedos. Lo que me
provocó responderle con una sutil voz a la par de una sincera sonrisa:
—No, señorita. Yo sólo soy un caníbal.
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